Hendaya
El mes pasado estuvimos en la playa, en Hendaya. Quería enseñársela y ver su comportamiento antes de que comenzase la temporada. Y por fin fueron Inma y Javier quienes me empujaron a ir en un día que prometía estar nublado y que resultó radiante de sol. También queríamos sacar unas fotos y en eso no fallamos. Dichosa fotografía digital: ¡Cerca de 500 entre los tres!
Tras un viaje tranquilo y sin incidentes, desembarcamos en el tramo final de la playa, en su último acceso. Y allí salió Krispys corriendo por la arena y rebozándose como una croqueta (Pepe y Sagrario dixerunt), feliz y revoltoso.
Continuamos nuestra caminata entre click y click, porque la playa es kilométrica, sin encontrarnos apenas con gente paseando y tomando el sol. Olas pequeñas y una brisa muy agradable. "Por si acaso" me coloqué la banda protectora, y cumplió eficazmente su labor.
El peke se acercaba al agua con mucha desconfianza, como diciendo que sí , que no se la íbamos a dar esta vez, y se alejaba de nuevo a olfatear y corretear sin fin.
Pero como no puede parar quieto sin enredar a los demás con sus juegos (algo que agradezco enormemente), eligió sus juguetes, 100% ecológicos: Los palos y maderos que la marea le dejó esperando sobre la arena. El pez muerto me hizo correr para alejarle a limpio grito del mismo antes de que lo estrujara entre vuelta y vuelta (¡marrano!). Así que entre los tres fuimos partícipes de sus carreras y alegría.
Pero claro, la idea era comprobar el comportamiento de Krispys con el agua, ya que Simón se tiraba corriendo y de cabeza a las olas en cuanto veía el mar, mientras que Crispis lo más cerca que se acercaba era el límite de la arena mojada por las olas. Como mucho. Y poco a poco, cautelosamente, fue aproximándose cada vez más, evitándonos siempre que nos sorprendía acercándonos por su espalda para darle un empujón.
Y por fin vimos la luz, y creo que fue Inma quien descubrió la manera de hacerlo. Cogió un palo y se lo tiró más allá de las olas, ante el desconsuelo y disgusto de Krispys. Pero menudo es cuando se trata de defender y recuperar lo suyo. No le costó nada meterse en el agua para lograr su objetivo: un madero o palo a la deriva. Y como siempre, cuando le gusta algo, lo depositaba a nuestros pies para relanzar el juego.
Corría, se zambullía y nadaba; atrapaba el madero y lo traía de nuevo, llevándose más de un revolcón en las olas; si hubiesen sido mayores... no sé, tal vez no lo habría logrado. Sin embargo, ahora que le ha perdido el miedo, creo que lo volvería a hacer. Estuvimos un largo rato así, y no se dio por vencido ninguna vez en sus intentos.
Por fin llegó la hora de marcharnos, no sin que antes jugara con una perrita corriendo y corriendo, permitiéndome platicar un petit peu con su dueña. Ya casi ni me acuerdo ni cómo se pronuncia el idioma... ufff....
Abandonamos la playa, comimos junto al camping, a la sombra, donde Javier e Inma tuvieron un agradable encuentro (pequeño que es el mundo), y regresamos, con la firme determinación de volver algún día más adelante (julio y agosto no, ya que la proximidad a la frontera es un colapso de tráfico terrible) y repetir las zambullidas, y espero que sean conjuntas esta vez.
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