Buscando las ruinas de Santa Criz
Hasta el Capitán Tan lo haría mejor.
Pues sí, pues sí. Menudo trío que me ha tocado. Ale, a ver las ruinas romanas de Santa Criz con el tiempo tan oscuro y nublado, que no prometía nada bueno. A pesar de mis protestas en el coche, que el simpático compañero que tengo, que dirigía la expedición imitando, y mal además, a su recordado Capitán Tan se encargaba de acallar, legamos a Eslava, punto inicial de la aventura arqueológica.
Ayudados de una magnífica visión del terreno a invadir, con un plano y un detallado escrito del recorrido a seguir, nos internamos por un paraje hermoso, rodeados de vides de color dorado y fuego, con los olivos poblando cada lugar, extensos terrenos dedicados al cereal preparados ya para su inminente siembra. Y pistas de tierra, muchas, demasiadas pistas para estos tres despistados.
Yo, callado y advertido (también divertido), seguía callando a pesar de que mi fino olfato ya había localizado el lugar. Pero donde manda amo... ya se sabe. Resumiendo: Tras mucho rebuscar, leer y otear, dieron con la mejor solución que se les ocurrió: Preguntar a un agricultor que afortunadamente pasaba con el tractor por allí.
Este, divertido, señaló justo al lado contrario al que nos dirigíamos y rápidamente retornamos a Eslava, pero el capricho del destino y el buen hacer del conductor nos situó en Lerga, un pueblo muy bonito. Paramos a comer en el frontón ya que llovía un poquito. A uno que yo sé se le olvidó mi comida, y tuve que conformarme con tortilla de patata y jamón. Ni que se tomaran en serio todo lo que nos informan estos días sobre la carne. Si se creen que voy para vegetariano, están muy equivocados.
Después acabamos en Sangüesa-Zangoza. Qué cantidad de iglesias. Más que en Pamplona, aseveraba él. Lindos edificios, mucho coche, y por si fuera poco echándome la culpa porque no podían entrar a ningún lado a tomar un café. Al fin, una mesita en la calle fue nuestro destino, en pie, y con la inestimable colaboración del tormentón que cayó, mi pareja se tomó un café con leche todavía más aguado que cuando llegó a la mesa.
Yo, serio, conteniéndome apenas la risa, me refugié rápìdamente en el zaguán, mientras el jefe intentaba ponerse un impermeable de esos que caben en el bolsillo y que al llegar a casa terminó en la basura. ¡Qué espectáculo!
Y más tarde volvimos a Barañain, donde Maite y Paula me esperaban para hacer realidad nuestros juegos del martes, corriendo y corriendo sin descanso, no sin antes descansar, arropadito, durante el viaje.
Una cosa me preocupa. Han afirmado, muy serios, que volveremos a Santa Criz. Espero coger la gripe ese día.



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