miércoles, 10 de mayo de 2017

A veces se avergüenza y humilla

Y otras...
¡Que me den por el saco!
 
 

Así es, el ya no tan pekeño Krispys. Está pasando una tardía adolescencia en la cual surge en la calle el fiero terrier que acecha desde su interior, vigilante aunque compasivo. Y digo compasivo porque cuando se le vuelven, gira el compás y, para no masacrar al otro perro, opta por una desvergonzada huida, con celeridad y desparpajo. Para nada abochornado.


 
 
Además, cuando ha hecho algo que no me gusta y le llamo, a veces suave y a veces gritando, ejem, agacha orejas y rabito y se me acerca pasito a paasiiiitoooooooooo, despacio, mirando de reojo y humillándose sentado a mi lado, poniendo esa carita de santo que afloja la tensión del momento.



 
Pero otras, en las que ÉL sí considera que ha hecho lo correcto, sí que se acerca cabizbajo, mas no despacio, se sienta sin agachar el cogote y me mira como diciendo: "¿Has acabado? ¿Me puedo ir ya? Da igual, me voy." Y se va todo tieso, fino y elegante, dejándome con la boca cerrada y con miedo a que se me escape  una carcajada y no me vuelva a tomar en serio.
 
Dichosos yorkis. Al final, tan amigos, o eso creo.