miércoles, 28 de octubre de 2015

Explorando el territorio

Buscando las ruinas de Santa Criz
Hasta el Capitán Tan lo haría mejor.
Pues sí, pues sí. Menudo trío que me ha  tocado. Ale, a ver las ruinas romanas de Santa Criz  con el tiempo tan oscuro y nublado, que no prometía nada bueno. A pesar de mis protestas en el coche, que el simpático compañero que tengo, que dirigía la expedición imitando, y mal además, a su recordado Capitán Tan se encargaba de acallar, legamos a Eslava, punto inicial de la aventura arqueológica.

Ayudados de una magnífica visión del terreno a invadir, con un plano y un detallado escrito del recorrido a seguir, nos internamos por un paraje hermoso, rodeados de vides de color dorado y fuego, con los olivos poblando cada lugar, extensos terrenos dedicados al cereal preparados ya para su inminente siembra. Y pistas de tierra, muchas, demasiadas pistas para estos tres despistados.

Yo, callado y advertido (también divertido), seguía callando a pesar de que mi fino olfato ya había localizado el lugar. Pero donde manda amo... ya se sabe. Resumiendo: Tras mucho  rebuscar, leer y otear, dieron con la mejor solución que se les ocurrió: Preguntar a un agricultor que afortunadamente pasaba con el tractor por allí.

Este, divertido, señaló justo al lado contrario al que nos dirigíamos y rápidamente retornamos a Eslava, pero el capricho del destino y el buen hacer del conductor nos situó en Lerga, un pueblo muy bonito. Paramos a comer en el frontón ya que llovía un poquito. A uno que yo sé se le olvidó mi comida, y tuve que conformarme con tortilla de patata y jamón. Ni que se tomaran en serio todo lo que nos informan estos días sobre la carne. Si se creen que voy para vegetariano, están muy equivocados.

Correteé por el frontón y alrededores detrás de una chapa de cerveza, y luego paseamos por el pueblo, disfrutando por sus calles y de la charla que mantuvieron con un vecino que, casualmente, comparte un conocido con Chumari, aunque de otro pueblo diferente. Casas limpias, con un elaborado trabajo de cantería, cuidado, bonito lugar donde residir y, por que no, retozar a gusto.


Después acabamos en Sangüesa-Zangoza. Qué cantidad de iglesias. Más que en Pamplona, aseveraba él. Lindos edificios, mucho coche, y por si fuera poco echándome la culpa porque no podían entrar a ningún lado a tomar un café. Al fin, una mesita en la calle fue nuestro destino, en pie, y con la inestimable colaboración del tormentón que cayó, mi pareja se tomó un café con leche todavía más aguado que cuando llegó a la mesa.




Yo, serio, conteniéndome apenas la risa, me refugié rápìdamente en el zaguán, mientras el jefe intentaba ponerse un impermeable de esos que caben en el bolsillo y que al llegar a casa terminó en la basura.  ¡Qué espectáculo!

Y más tarde volvimos a Barañain, donde Maite y Paula me esperaban para hacer realidad nuestros juegos del martes, corriendo y corriendo sin descanso, no sin antes descansar, arropadito, durante el viaje.

Una cosa me preocupa. Han afirmado, muy serios, que volveremos a Santa Criz. Espero coger la gripe ese día.




No hay comentarios:

Publicar un comentario