miércoles, 7 de octubre de 2015

Qué ironía

















El collar y  la correa

Sí,sí, es verdad, Y si no os lo creéis, esforzaos un poco en pensarlo y,... ejem... tendréis que darme la  razón.

Seguramente desde su nefasta creación, ambos elementos son constitutivos de una idea asociada a sufrimiento y cautividad, duelo y dolor. Desesperanza.

Sin embargo, para nuestros pekes es símbolo de alegría y lealtad. Sea el momento que sea: durmiendo, aburrido, jugando sólo o conmigo en uno de sus más divertidos momentos, la sola visión y a veces, mención de "vamos" o "ponerte el collar"  hace que su expresión cambie. Krispys eriza las orejitas, crece en su tamaño y viene corriendo, salta, da vueltas. Y todo para ponerle un collar que para él es un símbolo de alegría y  libertad, ya que significa pisar la calle.

Así que le pongo el collar y al llegar a la puerta y girar las llaves es su momento más saltarín y crujiente, ya que con sus saltos patea la pared, habiendo conseguido darle ya una cierta tonalidad más oscura y bastante punteada.

Le ato con la correa antes de salir, para lo cual se queda quieto, y...¡a la calle! Olfatea, se apresura, levanta la patita unas 400 veces y se acomoda a mi marcha durante el paseo, a no ser que quiera seguirle  en un deambular errático.

También el momento de liberarle de la correa es un momento de entusiasmo, ya que lo primero que hace es correr unos metros antes de mirar a su alrededor. Y si le animas con un "¡corre, corrre!" para qué os voy a contar. Se le nota la juventud, se le nota.

Inspecciona su territorio antes de venir a por "su" pelota y jugamos con él. Bueno, más bien juegan con él Fermín, Aitana y Míkel, con los que comparte horas sin detenerse apenas; Mª Antonia, José Antonio (huy, con José Antonio), Pili, Óscar, Ana, Maite (que cualquier día de estos lo cogerá entre sus brazos y nos sorprenderá), todos son sus compañeros de juego, sin olvidarnos de la pareja formada por Maite y su amiga Paula, con las que disfruta muchísimo. Y también con Marisa,  claro. Y hasta conmigo, si no tiene más remedio.
Después, cuando por diferentes causas termina el momento de los juegos, viene a mi llamada, ahora sí, rezongando más o menos, y se deja atar para comenzar un paseo ya que por lo general se le ha olvidado evacuar lo suficiente.

Y así, atado con el collar y sujeto por la correa, camina feliz, divirtiéndose observando y olfateando todo, atento a los que pasan, acercándose a unos y alejándose de los más, porque el mieditis no hay quien se lo cure.


Por fin regresamos a casa, y el hecho de quitarle el collar da lugar a una nueva alegría incontenible, a la cual me uno de mejor o peor humor; sin embargo, acabamos juntos: o encima de la cama, o él encima del sofá y yo por los suelos.

Y ahora preguntaos: ¿Es o no es irónico que un collar y una cadena sean tan festejados? Seguro que sí.

Krispys, 6 de octubre de 2015. Barañain.







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