viernes, 20 de marzo de 2015

PUMBA

Y su famillia.

Hoy el protagonista no es Krispys, aunque muy bien podría serlo, ya que las palabras del Gran Pepe Sordisas, que tan acertada y cariñosamente nos escribe en su blog, tan ameno, instructivo e informativo -Diario de un re-Implantado coclear-.

Llegó, y como tan a menudo ocurre, se hizo un hueco en la casa y le abrieron también un espacio inmenso en su corazón para intentar albergar todo el cariño que les entrega apasionada y desinteresadamente.

Además, un perrito en casa de un sordo, con implante o sin implante, se convierte en un chivato impenitente cuando se trata de avisarte de que llaman a la puerta o al teléfono.

Y ahora os transcribo lo que nos cuenta Pepe, y luego (o antes) os animo a visitar su blog, y también el de Pumba. Los enlaces los tenéis en la columna de la derecha.

Bueno, va:


"Día 2255. Akuna-matata (una historia de amor)

Al abrir la puerta de aquel 19 de marzo de hace 4 años, envuelto en una toalla, escuchaste por primera vez mi voz diciéndote, recuerdo perfectamente, "Anda, qué chiquitajo!" 
Jugamos un rato, y conectamos como si nos conociéramos de siempre, quien sabe si de vidas pasadas. Fueron unos minutos, y volviste a tu casa, con tu amo, mi hijo.
Te entregaron enfermito, con un moquillo que hacía presagiar lo peor. El veterinario,  como último recurso a la desesperada, te puso una inyección. Y decidiste vivir en esta familia.
Meses después volviste a esta que sería tu casa hasta la fecha, la de los padres de tu amo.
Lucía no quería perro, no le gustaban. Pero en pocos días la enamoraste. Tienes ese carácter dócil, bondadoso,  mimoso y dependiente que tienen los carlinos. Tus expresiones arrugadas nos arrancan sonrisas a menudo, como el dibujo animado de la película de donde viene tu nombre: Pumba.
Somos tus yayos. Recordamos a menudo lo que nos  reíamos  hace años de los que trataban a los perros como niños y mira por dónde. Hay que tener perro para entenderlo.
Para entender que desees llegar a casa y que te reciba a lametones. Para entender que le hables y creas que te contesta con sus ronroneos. Para entender que cambies tus planes si él no puede ir también. Para entender que se suba a tu cama y dejes que se acurruque contigo. Para entender que no puedes dejar de mirarlo mientras duerme, como si fuera un bebé.       
Estos últimos meses, tristes para la familia, has estado pendiente de nosotros, en especial de tu yaya, a quien adoras, porque sabes que necesita sonreír y que solo tú puedes conseguirlo. Y lo consigues. A pesar del trabajo que le das llenándole la casa de pelos, babas y juguetes, lo consigues.
Tienes esa energía especial que hace que la gente sonría a tu paso al verte esa carilla graciosa, siempre con la lengua fuera, como si, al igual que el Pumba de la película, repartieras akuna-matatas, repartieras felicidad.
Escribo estas lineas desde el sofá,  contigo a mi lado. Como cada noche, porque no dejas de ser un animal de costumbres, nos hemos comido la pera de postre, que nos repartimos,  hemos jugado a lanzarte el juguete, porque me lo exiges poniendomelo sobre la pierna y ahora no dejas de mirarme con esos ojitos negros de chantaje emocional, estás cansado y quieres irte a dormir.
Y acurrucarte al calor de tus yayos. Y ellos mirarte, felices de que estés ahí.

Nunca pensé que algo tan pequeño pudiera ser tan grande.
Te queremos,  chiquitajo."


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