sábado, 14 de febrero de 2015

La fregona

Resentido, rencoroso, cabezón...
Hace tres días tuve una "conversación" seria y admonitoria acerca de las consecuencias que tendría en su futuro el continuar utilizando nuestro hogar para vaciar su vejiga, sea o no en un periódico.

Pues bien: Parece que lo entendió perfectamente y desde entonces, salvo una vez, y con pocos dl de "escape", no se ha repetido tal circunstancia y las tablitas del parquet están encantadas. Como yo, pero menos. Ahora lo explico.

El pekeño, consciente de que ya no va a hacer lo que le da la gana en ese aspecto, no pierde ocasión de echármelo en cara, sino que además ha levantado el hacha de guerra, que me lanza muy  menudo y tengo que esquivarla y contra-atacar. Me duele, pero no puedo ceder.

Desde esa misma noche, cuando ve que yo (o él) voy dando por terminado el período de juegos pre-sueño (o sea, en la cama), dignamente, con altivez, despacio, enfila hacia la rampa, volviéndose, y me abandona para irse a dormir a una de las cunas repartidas por la casa. "Que te den", parece pensar.
No acaba ahí, no. De vez en cuando me acerco al periódico que todavía está dispuesto por si las moscas, y le llamo para que se acerque con la intención de felicitarle y premiarle porque está seco. Hay que verle: Se acerca pisando pausado y receloso, como si estuviera encima de un frágil cristal de 0,05 mm, y después de mi charla aprobatoria, se larga manifestándose con una actitud despectiva hacia mi proceder, por recordárselo. "Si ya lo sé, por qué insistes".
Es más, en la calle es donde su muestra todo su carácter: junto a un insolente yorky, tengo un desobediente cabezón que me hace rebuscar altas dosis de paciencia en mi cerebro para no tener que recular en mi postura. Hoy he estado, y no exagero, más de 10 minutos en cuclillas después de haberle llamado ya que se estaba alejando en demasía. Después de los amenazantes "uno, dos y tres", se acercaba unos pasitos y se sentaba, ahí, mirándome, "que te den, otra vez; que no te enteras". Y así varias veces, incansables los dos.

Al final, claro, desconfiado, despacio y alerta, ha venido a mi lado dispuesto a soportar la tormenta que le iba a descargar encima. Y ahí, sentado, ha aguantado mi postura y silencio (que le duele más que un berrido). Y estos hechos se repiten y el ser tan obediente que Krispys tenía dentro se ha esfumado, por lo que he de retomar con paciencia y severidad ese aspecto de su comportamiento.

Y en eso estamos. Todo un carácter. 

(Pero mencaaaaaaaaaantaaaaaaaaa...)



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